miércoles, 21 de noviembre de 2012

Con el caló de la tarde


Estaba mirando a ningún lado y lo vi, la verdad es que lo esperaba, a él y no a otro. Luego que ya nos quitamos la ropa me confidencio que estaba comprometido. Pero ya era demasiado tarde. Encajaba en mi cuerpo como un guante.
Era un día de calor, húmedo. De esos en que el pavimento vibra ante tus ojos, como si allá lejos estuviera el espejismo.  Aquí, cerca de la playa los días de verano son crueles con las solteras y hoy había sido un día muy duro. Intente con ganas de ocupar la mente, el instante, con imágenes que se sucedían en la pantalla de la televisión. Del spotiffy sonaba un tema de Elvis, "love me tender".. Ahí comenzó a gestarse todo, entre los acordes del rey,   Elvis fue el causante, por echarle la culpa a alguien ..
Congeniamos desde el primer momento no se si eran las ganas de vivir una aventura, de quitarme otra piel de encima o simplemente el juego, la caza. Era una cita a ciegas que acepte por su seguridad al no querer intercambiar fotos. A penas entro en casa di cuenta de esa solides, era todo un hombre. Su pelo ensortijado casi cobrizo, su cuerpo cubierto de un vello varonil, un porte protector, unos brazos fuertes, vaya era todo un deportista, con ese fondo tan gustoso que te da el correr por la playa. Y para asegurar un éxito seguro tenía barba, mi debilidad, al solo pensar en el roce con mi suave piel, me estremezco.
(Los bajos de mi vestido se vuelven turbios, la mirada entrecerrada, la boca calurosa).
Al llegar no estaba segura de que íbamos a congeniar, la verdad que estaba media cortada, me senté en la orilla del sofá mientras apuraba la segunda copa de vino que me comenzaba a animar. Pero él se mostró desinhibido, se noto que le gustaba. A cada momento traspasaba mi metro cuadrado tocándome la rodilla, el hombro, acercando su cara a la mía... No alcanzamos a terminar el vino y lo llevamos en el taxi a su casa delante del mar.
La brisa no nos despabilo, al contrario nos encendió. Durante el trayecto ya habíamos roto las barreras, los límites individuales. El taxista se recreaba mirando por el retrovisor, los besos ya no se ocultaban, las caricias  atrevidas dejaron con los lentes empañados al conductor, quien carraspeo para darnos a entender que no estábamos solos. Pero ya no nos importaba, solo queríamos dejarnos llevar, que si había una explosión que ocurriese. A tropezones nos bajamos y enredados subimos a su piso con vistas al mediterráneo. No esperamos a entrar cuando ya estaba encaramada a su cintura con las piernas cruzadas en su espalda. Saboreando el instante que estábamos viviendo bajamos la primera de tinto gustosos, con la brisa refrescando el momento.